La empresa NidoRobotics, con sede en Murcia, desarrolla drones submarinos que permiten buscar objetos o analizar la calidad del agua.
La semilla brotó en una expedición a Papúa Nueva Guinea. Roy Petter D. Torgensen, nacido en Stavanger (Noruega), acudió en 2012 a esta nación del Pacífico. Iba como marino mercante, la actividad que desarrollaba desde que se unió a la marina de su país unos años antes. Se encontró con un panorama conocido, pero a la vez llamativo: en este rincón remoto, la turbidez y las corrientes impedían la visibilidad a más de un metro. Así fundó NidoRobotics, una compañía que desarrolla drones subacuáticos cuyo objetivo principal es evitar el peligro al que muchas veces se ven sometidos los profesionales del buceo y que, poco a poco, han ido ganando funcionalidades como limpiar y analizar la calidad del agua.
Conocía ya los vehículos submarinos teledirigidos (ROV, en sus siglas en inglés), que se empleaban a nivel industrial. Pero no consiguió encontrar nada por Internet que se pudiera utilizar a menor escala. “Entre inmersión e inmersión, hablábamos de lo fenomenal que sería tener un aparato más manejable, que no requiriese seis u ocho personas y fuera económico”, cuenta ahora Torgensen. A sus 41 años, ha cumplido aquellas cavilaciones nocturnas. “Como no había nada así, pensé en hacerlo yo”, añade desde su sede en las afueras de Murcia, ciudad en la que vive desde hace más de dos décadas. Dirige a un equipo de 19 miembros (contando dos encargados en Chile, donde pretende establecer una sucursal para Sudamérica) y logró una facturación en 2018 de medio millón de euros, cifra que espera triplicar en 2019.
“Fue un camino progresivo”, dice Torgensen, después de evocar las jornadas en Papúa Nueva Guinea y frente a un mural que da la bienvenida a esta nave industrial de 350 metros cuadrados. En él aparecen Nicola Tesla, Alan Turing, Isaac Peral o Albert Einstein, personajes históricos que inspiran su labor. “Al principio, compré un kit de un robot parecido que fabricaba una empresa de Silicon Valley”, relata. Era 2015. Pasó por Estados Unidos para que le enseñaran a montarlo y volvió con un acuerdo de distribución en España. En 2016 compaginó esta labor con la marina. Y en 2017 se atrevió —junto a Enrique González, ingeniero industrial y socio de NidoRobotics— con los primeros prototipos propios.
Comenzaron de forma modesta. Primero en un local de un vivero de empresas. Más tarde se mudaron a un garaje, donde se propusieron hacer todo más sencillo. Un paso difícil. También se dieron cuenta de que su producto no podía satisfacer a todo el mundo, pero sí a una mayoría. A Torgensen le interesaba hacer un robot de calidad, solvente, con un precio ajustado y fácil de utilizar. Para ello adquirieron varias máquinas, que se disponen en fila dentro de este último espacio al que tuvieron que trasladarse para acogerlas. Una de ellas corta a medida, gracias a un láser. Otra se encarga de fresar. Y una impresora 3D construye algunas piezas. Cada encargo se ensambla para comprobar el correcto funcionamiento y se vuelve a separar en tres cajas del envío: una con el dron, otra con cables y otra con los extras (baterías, mandos, etcétera).
Elaboran de esta forma los drones de NidoRobotics en dos modelos: el Sibiu Nano o el Sibiu Pro. Sus objetivos son parecidos, aunque varían el tamaño y algunas de sus cualidades. “El Nano baja hasta 100 metros de profundidad. El Pro a 300. El precio oscila entre los 1.600 y los 3.000 euros el primero y los 12.000 a 25.000 del segundo. En 2018 vendimos 71 en total”, explica Torgensen mientras varios posibles compradores observan cómo funciona uno de los prototipos en una pequeña piscina. Los clientes provienen de diferentes lugares: últimamente, los destinos de los drones han sido Hong Kong, Seúl, Osaka o varias ciudades canadienses. Entre los usuarios, a pesar de responder a una heterogeneidad que el fundador no quiere simplificar, destacan desde fuerzas de seguridad o bomberos hasta empresas energéticas. “Un 30% son profesionales del buceo, otro 30% industria y otro 30% para investigación”, indica. Los quieren tanto para controlar plantas de tratamiento de aguas como para evaluar su calidad.
Cuando comenzó el negocio, necesitó un chispazo metódico (quizás lo único nórdico que denota Torgensen) y la ambición para innovar en un área poco explorada. “Hemos pasado por varias etapas. Un estudio de mercado en 2016, la elaboración del prototipo en 2017, darnos a conocer como marca en 2018 y, en este año, la internacionalización”, resume. “Al final, hacer una empresa no es hacer dinero. Esa es la consecuencia, pero no el objetivo”, esgrime, justificando esta filosofía por la que todo el beneficio que saca se invierte de nuevo en la compañía. En plena vorágine de ferias y concursos, NidoRobotics va creciendo poco a poco, siguiendo la máxima que tienen impresa en sus tazas: “En algún lugar, algo increíble está esperando a ser encontrado”.